lunes, 25 de junio de 2012

Sufre Julieta en su balcón.


Paseaba sus dedos por las rejas del balcón, apoyando de vez en cuando la cara entre ellos y permitiendo así, que se marcase ligeramente dos líneas en sus pómulos. Sus pies, al aire, advertían el vértigo que ofrecía una calle de tristeza e inseguridad. Aunque el aire corría y la luz de las olvidadas farolas inundaba la pequeña terraza, ella se sentía presa. La vida la había encerrado, los sentimientos habían tirado la llave y la razón había apagado la luz. No sabía cómo salir, ni si podía ni si quería. El miedo ahogó sus gritos de desesperación y sintió que su cuerpo se reducía a suspiros de derrota. Quería ser feliz, pero había perdido demasiada práctica.


Allí estaba, con las piernas suspendidas en el aire, en un balcón que pedía a gritos un Romeo que rescatase a aquella Julieta perdida en un mundo que le quedaba demasiado grande.



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