martes, 19 de noviembre de 2013

Número 14

Se ha ido la luz en la calle Goya, y los números pares han entrado en el caos absoluto, especialmente el número 14.

En el 1ºA una quinceañera enamorada ha entrado en cólera porque su conversación por teléfono se ha cortado; le está gritando a sus padres porque aunque sabe que no pueden tener culpa su vena dramática le pide que acuse y grite a alguien. Los nervios, el enfado y la indignación hace que se cuele en su discurso de recriminación que la persona que estaba al otro lado del teléfono era una chica. La joven del 1ºA acaba de salir del armario sin querer. Su silencio repentino y la oscuridad de la habitación han parado el tiempo y el corazón de la muchacha.

En el 1ºB vive una pareja de ancianos que se ha despertado por el escándalo. Ella le pregunta qué ocurre. Esta noche el mundo es tuyo, piensa el anciano. “¿Por qué tanto escándalo?” vuelve a preguntar ella. Hace años que ella sólo ve oscuridad. El anciano esta noche la comprende un poquito mejor, y con lágrimas en los ojos, la abraza y le susurra que la quiere. Ella comprende lo que está pasando, y con las palabras en sus oídos del amor de su vida, sonríe.

Es el bebé del 1º C el que más escándalo monta. Empezó a llorar por hambre y siguió hasta que descubrió la voz de su madre cantando y los latidos de su corazón tintineando al mismo ritmo que el de ella. “Sino llora él, lloraré yo si con ello vuelves a cantar” dice su marido mientras la abrazaba por la espalda. “No desperdicies tu don”. Escucharse en aquella total oscuridad la hace sentir las notas volar a su alrededor y toma una decisión. El bebé deja de llorar.

El padre del 1ºA ha subido a discutir con el presidente del edificio que vive en el 2ºA. Sumidos en una completa oscuridad empiezan a discutir como el partido en el Gobierno y la oposición sobre la mala administración del edificio, la presidencia y otros temas que no tienen sentido un martes a la una de la madrugada donde ni siquiera pueden mirarse a los ojos, porque, más allá de la oscuridad y de luz, no se ven.

El 2ºB está vacío porque sus dos inquilinos, jóvenes, apasionados y un poco borrachos, estaban subiendo en el ascensor. Como no podía ser de otra forma, en un ascensor de madrugada y al comprender lo que ocurría, se desnudan y se quieren con mucha intensidad entre el primer y el segundo piso. Por supuesto es algo improvisado y fugaz, y como siempre que algo es así le continuará una sorpresa.

En el 2ºC vivía un joven sonámbulo y narcolépsico que no supo muy bien como tomarse aquella situación. Así que como el miedo asomaba y temía sentirse perdido, sube al 3ºA dónde vive su amiga poetisa. Craso error, porque si algo sabe todo el mundo es que nadie está tan perdido como un poeta, más incluso que un sonámbulo narcolépsico a oscuras un martes de madrugada. De modo que no puede haber una mejor combinación. Esta noche y todas las que la siguen, se besarán entre versos y sueños.

En el 3ºB no vivía nadie y en el 3ºC sólo se escuchaba silencio. Minutos antes un marido le confesaba a su mujer que le había sido infiel. Se había justificado de mil maneras posibles pero sólo fue consciente del daño que le había causado cuando la luz se fue y la habitación no sólo se sumió en la oscuridad, sino también en el silencio. Entonces fue cuando él escucha sus lágrimas caer. No oye al hombre del 1ºA discutir con el del 2ºA, ni al bebé del 1ºC, tampoco el movimiento que producía el ascensor por lo inquilinos del 2ºB, ni a la poetisa del 3ºA recitando su obra al pobre diablo del 2ºC, sólo las lágrimas de su mujer.


La luz volvió y el piso 14 de la calle Goya no volvió a la normalidad


domingo, 6 de octubre de 2013

7 vidas.


Vuelve a ser domingo. Últimamente todos los días son domingos. Lo sé porque el aire sabe a derrota y tú dueles un poquito más. Los rincones de Madrid ya no esconden y las calles no saben hablar. Y no hacen falta nubes en el cielo para que yo tenga que llover. Y lluevo... lluevo a todas horas.
He olvidado dejar de recordar y el presente sólo me parece un poquito el abrazo que nos dimos ayer o la mirada que cruzamos ese 22 de abril que nos llevaría a una guerra de sentimientos con los corazones por trincheras que perdería yo.
Cada noche le aúllo a la luna para que me lleve con ella. No sé... quizás desde allí ya no te sienta en cada paso. Pero no la puedo engañar, ella sabe que soy una gata, y que mi lugar está en los tejados, recorriéndolos a ellos y  no a nuestra historia una y otra vez.
Decidí que se acabó, pero no sirvió de nada. Porque no quiero que cicatrices si significa que desaparezcas. Pero ya no tengo ganas de ti, porque ganas...ganas tú y pierdo yo.
No sé cómo superar ésto si sigue siendo domingo, y los domingos sólo sabe uno querer, recordar y doler.

miércoles, 2 de octubre de 2013

El viaje.

Hace semanas que Amaya ya no sueña, sólo duerme. Sus miedos se han puesto de acuerdo y la han colocado al límite del abismo. Así que Amaya ha decidido huir. Porque la vida le parece demasiado complicada a veces. Ahora está sentada en un tren cuyo trayecto desconoce, intentando olvidarse hasta de su nombre, porque ya no quiere su vida. Se inventará una nueva, con un nuevo pasado, un nuevo presente y un futuro muy diferente. María, 26 años, escritora frustrada que trabajaba en una librería y está enamorada, pero de los personajes de sus libros. No, quizás demasiado dramático. Elisa, 25 años, modista y, en ocasiones, modelo de zapatos. Aficionada al rugby. Amaya cree haber conocido a una Elisa, de modo que esa vida queda descartada; nada que le recuerde a su pasado. Inés,  fiel defensora de los animales. Empezó a estudiar veterinaria, pero en segundo de carrera se enamoró de un activista y los años siguientes se los dedicaron a protestas contra centros de experimentación. Poco discreto vivir siendo Inés si lo que Amaya quería era empezar una nueva vida. 
¿Ana de 25 años, peluquera que se dio a la fuga el día de su boda? ¿Mireia, astróloga, buscando a sus padres biológicos? ¿Quizás Andrea de...?

- Bonita camiseta-un chico se había sentado frente a ella y la sonreía.
- Gracias-dice devolviéndole la sonrisa.
- ¿Cómo te llamas?
- Aún no lo sé-le dice Amaya-. No sé quién soy... ahora estaba decidiéndolo. 

jueves, 8 de agosto de 2013

Dividida.



Javi me abraza por detrás y me dice que me quiere. Yo le creo porque sus dedos acariciándome la espalda desnuda no saben mentir. Suele jugar a unir mis lunares y decir que son constelaciones, "aunque ya te querría el cielo para ti...". Pero a veces sólo me mira y sonríe, y para mí esas miradas tienen muchas más palabras que las que suelen salir de su boca.
Yo adoro jugar con su barba y decirle que es un vagabundo, la acaricio en sentido contrario a su crecimiento porque me encanta el sonido que produce. El año pasado cuando me dijo que iba a afeitarse le escondí todas las cuchillas y la maquina de afeitar durante dos semanas. "Lo has conseguido, hoy los vagabundos de debajo del puente me han ofrecido un sitio", me había dicho y yo no pude parar de reír.
Hace tres años ya que nos abrazamos por las noches. Le quiero, me hace reír y adoro que me abrace, pero no le quiero como le quería las primeras veces que hicimos el amor, ni como esos primeros meses que jugábamos a mordernos. Ya no tengo hambre de comerme el mundo a su lado. Y todo por culpa de Clara.

Clara tiene el pelo oscuro y unos ojos que hacen temblar las piernas si eres afortunado y deciden mirarte como ellos saben. Ella siempre se queda embobada con mi risa, "es imposible que tenga un mal día si te oigo reír", me dice. Clara está enamorada de mí. Fuma cigarrillos con el mismo estilo que una actriz de los años treinta. Huele a crema y a locura. Aún no he comprobado a qué sabe, pero seguro que causa adicción. 
Ayer fuimos a tomar café y se le quedó espuma en el labio superior en el primer sorbo, y me fue imposible no reír. Cuando nos fuimos vi como su falda revoloteaba alrededor de sus rodillas jugando con el ligero viento de la mañana y no pude evitar pensar que parecía aire.

Yo tengo veinticuatro años, un par de cuchillas de afeitar aún escondidas, dos faldas como las de Clara que no me hacen parecer aire, un puñado de lunares que sólo se hacen cielo en la cabeza de Javi y un montón de dudas que no sé qué voy a hacer con ellas.

Javi sigue jugando a las constelaciones en mi espalda desnuda y yo me muero de ganas por reír mañana para que Clara tenga un buen día.

lunes, 5 de agosto de 2013

Subir a los tejados como dos gatos enamorados.

- Alex, ¡baja de ahí! - gritaba Laura histérica.

Él no pudo evitar soltar una risa burlona que quedó presa en el aire durante unos segundos convertida en vaho. Subido a un tejado y moviendo las piernas en el vacío cantaba a pleno pulmón con una sonrisa que con el frío que hacía podría haber quedado congelada.
Por primera vez, su familia había decidido ir al pueblo en invierno en el cual sólo veraneaban. Alex vivía en Valencia y ver cada milímetro de esas calles nevado le había cautivado. Laura, por el contrario, era de otro pueblecito muy cercano en el que casi todos los meses del año la nieve estaba en la orden del día.

- Estás preciosa desde este ángulo.-río el chico poniéndose de pie en la cornisa.

Laura cruzó los brazos y endureció el gesto. Estaba sufriendo a cada segundo que su amigo seguía en aquel viejo tejado, oyendo crujir las tejas y ver las tuberías azotadas por el viento helado.

- El pueblo se ha vestido de blanco. ¿Quién será el afortunado?-seguía bromeando.

Alex, ensimismado con aquella imagen que le tenía cautivo fue bajando poco a poco y con mucho cuidado. Cuando por fin posó sus pies en el suelo, se dirigió a Laura muy despacio y la abrazó. Ella no pudo evitar sonreír y morderse el labio.

- Estás loco.
- Un poco. Pero tienes que entenderlo, yo nunca había visto nada igual. Es realmente maravilloso...es...es precioso Laura, ¡no sé cómo no te fascina!
- Ya ves tú, ¡nieve! Menuda cosa... Es fría y aburrida. No sé cómo puedes exaltar tanto ésto teniendo el mar todos los días a tu alcance...
- ¿El mar?
- Sí, tío, el mar. Éso sí que es una maravilla. Las olas rompiendo en la arena, el mar llevándoselas de nuevo, no poder ver el fin y creerlo eterno, los rayos de sol sobre ese azul tan increíble... Puff, eso sí es una pasada.
- Qué dices, no tienes ni idea.-dijo con burla Alex.

Continuaron andando hasta llegar al límite del pueblo. Alex tenía que coger un autobús a última hora de la tarde. Sus padres se habían marchado dos días atrás, pero no podía alargar más su estancia ya que las clases comenzaban la semana siguiente. Laura iba a decir algo cuando Alex comenzó de nuevo a escalar por una casa.

- Venga, sube. Va a atardecer...¿qué mejor despedida que esta?

Laura sacudió la cabeza, ni aunque quisiera podría subir tan alto. Alex, leyéndola el pensamiento bajó para ayudarla a subir, y entre miradas y risas los dos acabaron en el tejado de la casa de un desconocido con un pueblo vestido de blanco a sus pies y un atardecer que parecía sólo para ellos.

- Te voy a echar de menos-dijo Laura.
- Sólo hasta junio, ¿no? Menos de medio año, pequeña.

Se quedaron callados durante un instante, tratando se grabar ese atardecer en sus cabezas, y después, en silencio, se dirigieron a la estación de autobuses.

- Nos vemos en verano, ¿eh?-le susurró Alex al oído.
- Tráeme un poquito de mar para entonces.-dijo ella con un hilo de voz.

Alex subió al autobús y dejaron a sus miradas despedirse con lágrimas que nunca se atrevieron a salir. Pero Laura no volvió aquel verano. Tampoco lo hizo el siguiente ni el resto de veranos.
Y cada año, en invierno, llegaba un sobre a casa de Laura con una foto del mar dónde en la parte de atrás se podía leer:

"Aquí tienes tu tan ansiado mar, ¿es eso lo que querías? Yo te lo doy, te regalo cada grano de arena, cada gota de agua, cada rayo de sol es para ti. Todo lo que quieras, pero yo te quiero a ti. Vuelve.
No atardece igual sino estás tú.
Alex."

sábado, 1 de junio de 2013

Detalles.



Tiene una hermana pequeña que está en primaria a la que ayuda cada tarde con los deberes, y otra dos años mayor que él que está trabajando en Liverpool. Su madre es artista y su padre arquitecto. Él estudia bellas artes y todos los sábados a las siete de la tarde me dice que quiere dibujarme porque es la hora en la que mi piel y la luz de Madrid mejor se entienden. Su superhéroe favorito es Batman, aunque su verdadero héroe es su abuelo. Adora que toque la guitarra y le cante mis canciones sobre pasados que nunca ocurrieron. Recuerdo que la primera vez que vi aquellos ojos azules me olvidé por un momento de respirar. Hace dos meses ya que se hizo su tercer tatuaje. Está loco de remate. No lee libros, los devora. Canta fatal y no sabe bailar. Es sonámbulo y tiene pánico a las arañas, pero lo niega siempre que sale el tema. Me confesó que fui la primera chica a la que quiso de verdad. Tiene una marca de nacimiento en el costado derecho y cosquillas en cada centímetro de su cuerpo. Siempre que está nervioso se toca la cabeza o se coloca el cinturón, a menos que esté yo, si es así me aprieta la mano y se muerde el labio. Tiene una carpeta llena de dibujos que nunca ha enseñado a nadie en la tercera estantería de su cuarto. Su canción favorita es Poison heart de los Ramones. Odia las uñas pintadas, pero no sabe por qué. Adora mi vieja camiseta de Nirvana y es la única razón por la que aún no la he tirado. Le quiero, le quiero muchísimo.
Pero todo se ha ido a la mierda. Todo.
Y ahora ya nadie me dibuja por las tardes.

jueves, 18 de abril de 2013

La chica de la niebla.



Aquella mañana me había levando temprano; cuando los ronquidos de mi padre hacían mover las paredes de la casa y las bombillas de las farolas, que intentaban iluminar las calles, siseaban. Recorrí el pueblo, aún dormido, hasta llegar a su fin. Seguí caminando durante aproximadamente media hora hasta que la niebla me dejó adivinar la vieja estación de tren que parecía sacada de una novela de terror. A pesar de que fuese un lugar sombrío y triste, era de mis favoritos para escribir; nunca había nadie y el silencio era casi total, de modo que podía escuchar perfectamente a la inspiración.
Pero entonces la vi. Caminaba por la vías de aquel tren que hacía ya años se había convertido en un fantasma. Llevaba un vestido de vuelo tan blanco como su piel. Sino la hubiera visto moviendo esas diminutas piernecitas habría pensado que era una muñeca, quizás un espejismo. Sin embargo, cuando me vio con aquellos claros ojos, me sonrió soltando un ligero suspiro, que sino hubiese sido porque se transformó en vaho por el frío de la mañana, ni el viento lo habría advertido.
Estaba maravillado por aquella visión que aún no había decidido si era real o no, de modo que decidí acercarme a ella antes de que la espesa niebla se la llevara. Caminé despacio, con la libreta en una mano y el corazón en la otra. La escuchaba reírse a unos pocos metros de mí. Cuando conseguí alcanzarla y ponerme a su altura, no fui capaz de hablarla, ni siquiera de mirarla; a duras penas conseguía respirar. Fue entonces cuando su mano, perdida en el aire, rozó ligeramente la mía; la mano en la que sostenía el corazón. La otra, nerviosa, tiró la libreta. Fue un acto reflejo el recogerla, ni siquiera me parecía importante en aquel momento, nada me parecía importante, pero lo hice; me giré para recuperar aquel montón de hojas con ideas y sueños garabateados. Entonces me di cuenta que la niebla se la había llevado, se había llevado a mi muñeca de los ojos claros y el vestido blanco. Volví. Volví cada día durante meses, durante años, sentándome en el banco de una estación de tren fantasma bajo un reloj que no marcaba la hora, con la mirada fija en las vías del tren que tuvieron la suerte de encontrarla, buscando aquel vestido blanco, buscando su risa. Pero al final la niebla siempre se disipaba.


jueves, 3 de enero de 2013

La princesa de los bajos fondos.



Siento vértigo al mirar al abismo de tus ojos. Delatan que tu corazón está más roto que una muñeca de porcelana después de suicidarse desde la estantería más alta de la habitación. Pero aún así me sonríes. Me sonríes con la sonrisa más triste que nadie pueda inventar, lo cual es una ironía, ¿no?
Y ahí sigues, de pie frente a mí, impasible, majestuosa, con tu vestido de princesa de bajos fondos; con una trenza más deshecha que tu misma; con las uñas largas, como la gata que eres, y unas piernas más infinitas que todo el jodido universo en expansión.
Algo malo se acerca y, como de costumbre, tú lo sabes. Siempre has tenido esa estúpida manía de saberlo todo. Debo admitir que más de una vez he sospechado que tienes el guión de esta mierda de película de serie B a la que llaman vida. Y ojalá yo supiese dónde lo escondías, y así poder quemarlo. Y así poder borrar lo que estabas apunto de decir.

- Ya no te quiero.

No lloras, no te tiembla la voz, ni siquiera parpadeas.

- Ya no te quiero.

Lo repites. Mientes. Yo sé que mientes, pero tú no.
Todavía no.