domingo, 5 de abril de 2015

Vértigo.



Ha venido una desconocida y se ha sentado a mi lado. Creo que no sabe que me iba a tirar. Creo que ni siquiera sospecha que he llorado apenas unos segundos antes de que llegara, que me he lamentado de mi triste existencia y estaba decidido a acabar con ella.

Creo que no lo sabía porque se ha sentado a mi lado, con una sonrisa y me ha ofrecido un cigarro.

- Siempre vengo aquí para estar sola y relajarme, pero siempre hay alguien- la miro desconcertado porque me habla como si nos conociésemos de hace tiempo-. En realidad no me importa, ¿sabes? Me gusta la compañía. Sobre todo me gusta la compañía desconocida en estos momentos. 

Tiene los ojos claros y las manos nerviosas. Se humedece los labios cada vez que mira hacia abajo y suelta una pequeña risita cuando le sostengo la mirada. Lleva una falda corta, unas converse altas y desgastadas y una camiseta que, sospecho, se ha hecho ella misma. 
Me ha dicho que se llama Clara.
Es una de esas personas con el alma triste y el espíritu rebosante de alegría; es...toda una contradicción.
No ha parado de hablar desde que ha llegado y me ha hecho reír. ¿Hace cuánto que no me reía? Ni siquiera sé bien de lo que está hablando, pero me gusta como se mueve su boca y el cigarro se consume entre sus dedos de pianista.

- Una vez pensé en tirarme, ¿sabes?- mi cuerpo entra en tensión y espero que no se dé cuenta-. Qué chorrada, ¿no? Como si no me quedasen cosas por vivir. Piénsalo, no nos habriamos conocido. Los días malos abrazados por malas épocas son tan peligrosos como nosotros mismos creyéndolos eternos.-mira al horizonte y se enciende otro cigarro.

- ¿Sabes? Creo que voy a aceptar ese cigarrillo-digo sonriendo.


domingo, 18 de enero de 2015

Caelum.




Érase una vez una niña que vivía en las nubes. Había nacido de una tempestad hacía mucho tiempo (pero no el suficiente como para que dejase de ser una niña). La muchacha no tenía nombre, pero no le hacía falta, porque en las nubes nadie sabía hablar. Para llamarla el viento la silvaba, o la rodeaban las nubes.
Todos arriba la adoraban y cuidaban, pero la niña no era del todo feliz. Saltaba de una nube a otra, movía las estrellas por la noche para dibujar al cielo, o se dejaba volar con el viento, que estaba enamorado de ella.
Un día la niña, tumbada en una nube recibió un ligero impacto contra su brazo. ¿Qué es ésto? se preguntó en voz alta. Maravillada por aquella tela de colores y cintas que bailaban a su alrededor al ritmo del aire, lo aferró entre sus manos y sonrió. De pronto algo tiró de su nuevo juguete queriendo separarlo de ella. Al principio, lo atrajo con fuerza hacia sí, pero el aire y su ligero peso jugaron en su contra y al final fue la cometa quien la llevó con ella.
Sujeta con fuerza voló entre las nubes y empezó a avistar lo que había debajo de ella. Hasta entonces la niña jamás había pensado que hubiese algo bajo las nubes que pisaban sus pies.
Estaba maravillada ante aquel paisaje con tantas cosas que desconocía.Tan maravillada y distraída se hallaba que soltó la cometa momentáneamente y, aunque no se cayó, gritó asustada sintiendo, por primera vez en su vida, vértigo.
El niño que manejaba la cometa la vio en el acto, pero ella tardó un poco más en descubrir que aquel juguete no revoloteaba a su alrededor por casualidad.
Cuando por fin le vio, se sentó en la cometa y le sonrió mientras movía el brazo. El niño recogió el hilo de la cometa lo suficiente como para divisar la sonrisa de aquella niña tan extraña.

- ¿Qué haces ahí arriba?-gritó el muchacho.
- Y tú, ¿qué haces ahí abajo?-le contestó ella.
- No correr peligro, ¡si te caes, te vas a herir!
- ¿De veras? Nunca me he herido. Creo que no puedo.
- ¿Acaso eres un ángel?-preguntó el niño estrañado.- No tienes alas.
- ¿Qué es un ángel?-preguntó ella.

Mientras hablaban el niño había comenzado a recoger el hilo de su cometa dónde aquella curiosa niña estaba sentada. Ella parecía no reparar en el descenso y continuaba hablando.

- ¿Tú eres un ángel?-volvió a preguntar la niña.
- No, los ángeles viven en el cielo y pueden volar.
- Entonces, esto es un ángel-dijo la niña señalando la cometa.- ¡Ya lo entiendo!

El niño se había fijado en que, además de que aquella niña era lo suficientemente ligera como para que una cometa pudiese sostenerla, se podía ver a través de ella; era translucida.

- ¿Y cómo es vivir allí arriba?-le preguntó de pronto el niño.
- Aburrido-contestó ella.- Aquí abajo parece haber más cosas que hacer. ¡Además tenéis ángeles con los que subir al cielo!
- ¿Eso quiere decir que prefieres vivir aquí?-dijo el niño viendo la puesta de sol a través de la niña.
- ¿Y cómo voy a bajar de las nubes?
- Ya estás abajo-dijo él.

La niña dio un respingo al darse cuenta todo lo que había descendido. Se sentía asustada y emocionada. ¡Gracias a aquel muchacho había conseguido bajar sin sentir vértigo!

- ¿Cómo te llamas?-le preguntó el niño mientras le tendía una mano.
- No tengo nombre.
- ¡Todo el mundo tiene nombre!

En ese momento la niña puso sus pies sobre la tierra y un haz de luz cegó al joven que aún la sostenía de la mano. Cuando el niño volvió a abrir los ojos ya no había puesta de sol a través de su compañera sino detrás.

- Caelum. Me llamo Caelum. -dijo ella con seguridad.
- Encantado Caelum. Yo me llamo Terra, pero puedes llamarme Ter.