domingo, 19 de octubre de 2014

La tierra del olvido



Hace unas semanas me descubrí entre palabras. No metafóricamente; me encontré en un libro. Leí mi historia, mis defectos, mis miedos, mis recuerdos y mis secretos mejor guardados.
Un libro cuyo título era La tierra del olvido y su autor anónimo. Un anónimo que sabía demasiado bien sobre mi vida.
Por supuesto, la protagonista no tenía mi nombre, ni las situaciones eran exactas a mi historia. Pero las coincidencias eran más que evidentes.

"Aquella mañana de noviembre, con la segunda luna cubriendo parte del sol, me encaminé hacia lo prohibido; hacia el palacio de Nedai, la princesa de las elfas. Indiscutible era su belleza, pero mayor aún era su maldad. Hacía unos días, jugando con magia negra, había maldecido a mi madre."

Nedai, la supuesta princesa de las elfas, era en realidad Amaya; una niña insoportable de mi niñez que había boicoteado los pasteles que mi madre hacía para ganarse la vida. 
La tierra del olvido no sólo contaba muchos episodios de mi vida, sino también los mayores de mis secretos. Me tranquilizaba que no sólo había que saber leer entre líneas para poder dar con ellos, sino ser conscientes de que aquello no era un libro de fantasía, sino un rompecabezas hecho de metáforas.

La historia acababa hacía tres años, cuando me gradué en la universidad (en el libro finalizaba cuando la protagonista cruzaba por fin el bosque maldito, que durante sus aventuras resulto ser más emocionante y menos perverso de lo que las criaturas contaban). Sin embargo, la sinopsis aseguraba que La tierra del olvido era una triología.
He estado semanas pensando únicamente en este tema, la obsesión empezaba a ser enfermiza pero la intriga sólo aumentaba con el paso de los días.
Averigüé que la segunda y tercera parte aún no habían sido publicadas, pero que el autor estaba trabajando en ello.
Después de indagar en bibliotecas, librerías, editoriales, archivos y cualquier rincón de internet, decidí leérmelo por segunda vez, esperando encontrar algo más entre líneas.
Esta vez me volví a descubrir entre palabras, pero de otra forma.
La primera vez había pasado por alto la dedicatoria (ya sabéis, la que siempre viene en la primera página, en cursiva, y muy poca gente lee).

Querida Inés - fijé aún más mi atención al leer mi nombre - hemos vivido más aventuras de las que un libro pueda contar. Has sido mi más fiel compañera en la fantasía; junto a batallas contra dragones, engreídas elfas y torreones impenetrables. Pero aún más lo has sido en este mundo real, en el que desde hace unos años sólo nos tenemos la una a la otra.
Escribir La tierra del olvido con nombres y situaciones de este maldito mundo que nos ha quitado los recuerdos sería como dejarle ganar. Ya sabes, a él. Nos hemos enfrentado a los peores villanos y a las situaciones más duras, pero nunca a un final constante. Pero no nos queda otra. Así que esta es mi forma de luchar contra él; contra el Alzheimer, y poder seguir a tu lado. Que sigamos las dos siendo una; un pasado y un presente, para construirle a nuestro futuro una vida que no sea desconocida.

Con lágrimas en los ojos y el corazón olvidándose de latir, empecé a recordarlo todo; las pruebas médicas, las lágrimas, la confusión, el miedo y la impotencia. ¿Cuántas veces habría leído La tierra del olvido? Quizás fuese la primera vez, o quizás la novena. No lo sabía. Aquellas sensaciones volvieron a apoderarse de mí por un instante.
Pero aquella Inés que se disfrazó de anónima para escribirme tenía razón. Él no iba a ganar. Abrí el ordenador y busqué un archivo muy concreto que ahora sabía que existía.


No iba a permitirme olvidar.


jueves, 2 de octubre de 2014

Desdibujando palabras






Han pasado ya cuatro meses y Ana no se atreve a sostener el bolígrafo ni tan siquiera cinco segundos. Sabe que si todo lo que siente explosiona en palabras puede no haber supervivientes (como siempre que escribe con lágrimas en los ojos).

El folio en blanco, le mira desafiante, inquisitivo. Esa tinta que apenas nadie presta atención es ya tan parte de ella como el aire que respira; es tinta de sangre, de su sangre, tinta cargada de ella. La mesa está llena de folios, bolígrafos, cuadernos, fotos, bocetos,… recuerdos que no sabe cuánto tiempo va a ser capaz de sufrir.

Pero aún queda mucho de Jorge en Ana. Se ha jurado no volverle a rimar, no volverle a recitar, pero su nombre se aparece en todos sus versos. Jorge, por su parte, ha encontrado a otra musa a quien dibujar. Ya no son las curvas de Ana las que se aparecen en sus dibujos, ni sus recuerdos en su cabeza.

Ahora ella se esconde entre libros, entre versos, mientras él lo hace entre las piernas de su nueva inspiración.

Cuando un artista le rompe el corazón a una poeta siempre pasa; ella deja de tener a quien le pinte sonrisas y sólo se tiene a sí misma, que llora en palabras y versos malditos.
Si hay algo más peligroso que dos artistas enamorados, es uno con el corazón roto.