Ella nunca pudo querer a nadie, nunca supo lo que se sentía al amar.
"Si no puede amar, no tiene corazón", decían muchos. No era cierto, al igual que un sordo no podía escuchar y lo que más ansiaba era oír una melodía, lo que ella más ansiaba era sentir aquel estúpido sentimiento que podía llegar a ser tan maravilloso como devastador.
Y, no obstante, supo que tenía miedo; miedo a que ese amor que había conseguido huyera algún día transformado en lágrimas, temía que sólo fuesen miradas perdidas, que las diez dulces sonrisas tuviesen que estar atadas a mentiras, tenía miedo de seguir sintiendo cuando sólo quedasen amargos recuerdos. Lo ansiaba sí, pero lo temía también.
"Los miedos se superan", dijo él. Y la chica pensó que quizás en el fondo ella no quería superarlo, que quizás prefería sacrificar mariposas en el estómago ante el riesgo de sufrir puñaladas en el corazón.
Las puñaladas en el corazón también merecen la pena...
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