domingo, 23 de octubre de 2011

Ella es la noche.

Hoy se ha puesto su mejor sonrisa. Ya no se mira en los espejos como antes, ni busca miradas anónimas de admiración cuando pasea por la calle. Sólo le espera a él. Y eso es algo que ella, quizás, nunca admita.
No piensa ni quiere nada más, pero ella aún no lo sabe.
Sus pasos suenan en el eco de una calle casi vacía. Despierta el interés de los viandantes, y es lógico; es guapa, atractiva y tiene unos profundos ojos azules en los que se podría nadar durante años.
Le da miedo lo que pueda llegar a sentir, o mejor dicho, lo que pueda llegar a admitir que siente. Fuma nerviosa cuando los pensamientos se cruzan por su mente chocando unos con otros y asustándola. Ahora ya no anda tan segura, sus pasos se han vuelto torpes y su mirada se pierde en el infinito.
Ha llegado a su destino; el hospital. Da la última calada a un cigarro que ahora es su único desahogo. Lo mira profundamente, esperando que éste le dé una respuesta, una salida o algo de ánimo. Rendida ante la realidad lo tira furiosa contra el suelo. No le gusta sentirse así.
Sube a la tercera planta y en el espejo del ascensor se peina su rebelde pelo rubio. Aunque no satisfecha del todo, se sonríe por última vez infundiéndose fuerzas antes de salir y buscar la habitación en la que se encuentra la persona que ha robado cada hora de su mente durante toda la semana.
Aferra el pomo de la puerta sintiendo su frío tacto y siente volar todas sus dudas. Cierra los ojos y coge una gran bocanada de aire. Abre lentamente la puerta, pero entra decidida. Él está sentado en la cama, preparando la mejor de sus sonrisas para la chica que le ha quitado el sueño desde hace ya un tiempo. Ambos aprovechan un minuto para contemplarse. Él no puede explicarse que exista una chica como ella, y aún menos qué le hizo fijarse él. Ella, por su parte, sólo piensa en besarle, en abrazarle y no soltarle nunca. Él tenía algo que la chica no sabría describir, pero a ella no le importaban las palabras, porque aunque no supiera el qué, algo había, y eso le bastaba.
Se reprocha mentalmente las dudas que habían llenado su mente mientras el humo llenaba sus pulmones.
Sabe lo que quiere, que le quiere.
El chico mira la ventana y ve como el sol se esconde. Le había acompañado durante todo el día, y ahora parecía que la chica de ojos azules le haría el relevo. Si así era, prefería que nunca saliera el Sol.

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