lunes, 10 de octubre de 2011

La chica.


La chica ha decidido no salir de casa, ni de su habitación. Ha decidido que el mundo es demasiado peligroso para su corazón, demasiado cruel.
La chica llora en silencio a cada minuto que el mundo empeora, y esos son muchos minutos. Ella se ha rendido y no quiere seguir luchando, dice que es inútil. La chica piensa que ya a nadie le importa nada. Dice que la vida es triste porque nosotros la corrompemos. Ella un día luchó por el mundo y por las personas, un día gritó y sonrío pensando en el mundo que imaginaba que crearía. Pero ya no lo cree, sus sueños se han roto, sus ideas se han evaporado y su felicidad voló lejos. Su corazón tiene demasiado pegamento (para que no se le caigan los trozos que la vida rompió) como para volver a sentir.
La chica está ciega de rabia, muda de impotencia y sorda de injusticia. Ya nada es como antes, ni lo volverá a ser.
Ella ha decidido que antes de ver otra vida como nunca la querría, prefiere dejar de ver. Prefiere estar ciega en su inocencia y no volver a ver nada que no desee. Piensa que quizás así olvide ese mundo que tanto ha llegado a odiar; que olvide sus colores, sus texturas, sus formas, y las lágrimas que se grabaron tan a fuego en su memoria.

Ella ya no cree, ella ya no ve, ella ya no siente.

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